Este video es el resultado de un trabajo de años, donde exploro mi relación con el jardín, con cada planta, cada retoño, que son momentos, personas, experiencias, entonces el jardín deviene archivo, bitácora, diario íntimo, todo queda registrado en el ciclo de vida de cada elemento que lo compone. El jardín como ente todopoderoso que es en sí mismo presente, pasado y futuro y contenedor de atmósferas incalculables. Esta obra es una oda.
JARDINES EN LA MIRADA
Julia Romano / 2023/ Video con sonido / 5’40’’
Me paro en medio del jardín y lo observo con detenimiento. Mi mirada sobrevuela cada sector, el cantero de piedras con suculentas, azucenas y geranios, las dos macetas romanas sobre sus columnas acanaladas, el aromillo al que se han trepado 3 o 4 especies diferentes de enredaderas entonces ahora florece violeta, amarillo, rosado, el ceibo que ya no es más un retoño explotado de puntos rojos, el romero enorme también florecido, los limoneros rebosantes y el incipiente mandarino, el pequeño estanque junto al enano de jardín, los álamos frondosos meciéndose con el viento, los jazmines de leche que armaron una densa medianera vegetal, el rosal amarillo y el rosal rojo a punto de florecer, el clarín de guerra queriendo llegar hasta el balcón, la monstera maravillosa en la esquina del asador, la santa rita trepada hasta el cielo.
Al observar mi jardín me encuentro sumida en una experiencia de sensaciones contradictorias: Porque me hacen feliz la lluvia y lo que ella trae, los brotes nuevos, el verdor del pasto, los pimpollos, y cuando estoy frente a estas bellezas inmediatamente pienso en la amenaza de la sequía, los días de calor sofocante, el viento norte que reseca el alma. Nunca estoy segura de ser feliz o ya ponerme triste por lo que vendrá.
Quiero pensar en el privilegio que tengo de poseer un jardín que a pesar de esas inclemencias climáticas, crece y está más hermoso cada día. Pensar en los ciclos, en que las cosas cambian para transformarse, reproducirse, ser otra cosa. Lo que se pierde en esta temporada dará lugar al surgimiento de otras especies en la temporada siguiente. Y en ese ir y venir el jardín va construyendo su personalidad, su carácter único, es reflejo del territorio donde prospera, es reflejo mío que con tenacidad lo mantengo vivo.
Muchas veces pienso que el jardín soy yo. Ambos mutamos y cambiamos y a pesar del clima muchas veces adverso, continuamos brotando. El jardín se transforma a la par mía, se hace más fuerte y más sabio y se deprime y se pone gris pero luego reverdece; se llena de maleza y canas y también de tallos buenos, tiene espinas y arrugas y también sombra y frescor, es campo de batalla y también refugio, nido, consuelo, protección y amparo.
Mi jardín también son personas, es un entramado de especies constituyendo una constelación amorosa donde convergen recuerdos, momentos y vínculos. Fue construido principalmente a base de incesantes intercambios y pedidos, robos inocentes, búsquedas incipientes y viajes provechosos. Cada planta está clasificada de acuerdo a un inventario personal. Veo los álamos y el limonero y son Rodrigo, veo el ceibo y es Nati, la enredadera roja es el cumple de Simón, los lirios son Salta y Ana y su mamá, la monstera es Alta Gracia, Xime está en la uña de gato, la menta y la mostasilla. Jalo y Anita se reflejan en el pequeño estanque. El clarín de guerra son mama y papa. La alegría brasilera, Momo. Fines de semana en La Cumbre son la hiedra y el jazmín amarillo. En las crasas de la entrada veo a Matilde y en las salvias violetas y la pandurata a Ale y Agustín. Mariel está en el helecho y las achiras de flor roja y Silvina en el incienso verde y blanco. Una visita a casa de Norita es la enredadera verde brillante. La glisina es Yani y el juan sin ropa Ceci.
En el jardín puedo ver el paso del tiempo, la complejidad de las relaciones -humanas y naturales- el respeto, la paciencia, la impaciencia, la plaga, la ruina, la tragedia y de nuevo la esperanza, la lucha, la tenacidad, la espera, la conquista, la prosperidad, el crecimiento, el cambio, la transformación, la evolución.
GARDENS AT SIGHT
Julia Romano/ 2023/ Video and sound/ 5’40’’
I stand in the middle of my garden and watch it carefully. My gaze flies over each sector, the stone flowerbed with succulents, lilies and geraniums, the two Roman flower pots on their grooved columns, the small rim where 3 or 4 different species of vines have climbed so now it blooms purple, yellow, pink, the ceibo -that is no longer a shoot- exploded of red dots, the huge rosemary also in flower, the overflowing lemon trees and the incipient mandarin, the small pond next to the garden gnome, the leafy poplars swaying in the wind, the milk jasmines that put together a dense vegetable dividing wall, the yellow and the red rosebush about to bloom, the clarín de guerra wanting to reach the balcony, the marvelous monstera in the corner of the roaster, the santa rita climbed up to the sky.
Looking at my garden I find myself immersed in an experience of contradictory sensations: Because the rain -and what it brings- make me happy, the new shoots, the green of the grass, the buds, and when I am in front of these beauties I immediately think of the threat of the drought, the days of suffocating heat, the north wind that dries the soul. I’m never sure to be happy or already feel sad about what’s to come.
I want to think about the privilege I have of owning a garden that, despite these inclement weather, grows and is more beautiful every day. Thinking about cycles, how things change to transform, reproduce, be something else. What is lost this season will give rise to other species the following season. And in this coming and going, the garden builds its personality, its unique character, it is a reflection of the territory where it thrives, it is a reflection of me that with tenacity I keep it alive.
Many times I think that the garden is me. We both mutate and change and despite the often adverse weather, we continue to sprout. The garden transforms along with me, grows stronger and wiser and dreary and gray but then green again; it is full of weeds and gray hair and also good stems, it has thorns and wrinkles and also shade and coolness, it is a battlefield and also a refuge, nest, confort and protection.
My garden is also people, it is a network of species constituting a loving constellation where memories, moments and bonds converge. It was built primarily on relentless trading and requisitions, innocent thefts, incipient searches, and profitable travels. Each plant is classified according to a personal inventory. I see the poplars and the lemon tree and they are Rodrigo, I see the ceibo and it is Nati, the red vine is Simón’s birthday, the lilies are Salta and Ana and her mother, the monstera is Alta Gracia, Xime is on the cat’s claw, the mint and the mostasilla. Jalo and Anita are reflected in the small pond. The clarín de guerra is mama and papa. Brazilian joy, Momo. Weekends at La Cumbre are the ivy and the yellow jasmine. In the succulents at the entrance I see Matilde and in the purple salvias and the pandurata I see Ale and Agustín. Mariel is in the fern and the red-flowered achiras and Silvina in the green and white incense. A visit to Norita’s house is the bright green vine. The glisina is Yani and the Juan-without-clothes is Ceci.
In the garden I can see the passage of time, the complexity of relationships -human and natural- respect, patience, impatience, plague, ruin, tragedy and again hope, struggle, tenacity, wait, conquest, prosperity, growth, change, transformation, evolution.
Obra realizada en el marco del Seminario Huellas a cargo de Andrea Juan y Gabriel Penedo (febrero 2023)