Muestra individual de Julia Romano curada por Sofía Culzoni en Casa Chorizo, Alta Gracia. El montaje y la producción están a cargo de Pablo Bisio.

Inauguración sábado 18 de diciembre a las 19:30 hs.

Un oasis una isla y el tiempo.

I
Retener/registrar/documentar
Comprar una camelia para que no se muera
Pensar el territorio
Construir con lo cercano


Armar ofrendas a medida del cuerpo
Recolectar la poda
Contemplar el paisaje


Transformar


Conectar con la naturaleza
Construir una historia
Impulsar la vida


Observar


Estas líneas que parecen un manifiesto o ciertos principios de pertenencia, son fragmentos de
conversaciones y escritos de Julia Romano, donde se evidencia la relación que tiene con el
paisaje, en este caso con su cotidiano, su jardín.
Hace un tiempo me dijo “El paisaje es lo que cada unx construye con lo cercano” y a modo
personal, creo que es muy difícil disociar a Julia del paisaje, de la naturaleza, de esa
construcción.


Hace ya varios años, el territorio es objeto de estudio y pensamiento de su producción.
Comienza a investigar, indagar en las pinturas del Renacimiento, los pintores del plein air. Pone
en diálogo escaneos de estas imágenes, en forma de collage en su obra, con fotos propias de
paisajes de América, o de las sierras de Córdoba.


II
Ficción y realidad se mezclan. La acción como parte del proceso.


El tiempo como experimento:
Recolectar las flores.
Seleccionar cuidadosa y amorosamente cada una.
Armar un ramo. Pensar en su cromatismo, en su textura, en su forma.
Registrar todos los días durante un tiempo determinado la vida y el paso del tiempo.
La vida y sus cambios.
La vida solapando a la muerte.


III
Hay algo que vuelve, una y otra vez en su producción, o, mejor dicho, nunca se fue. Es la
necesidad de trabajar el paisaje. De saber qué hay en él. Quién o quiénes lo habitan, quién o
quiénes lo construyen.

En esta producción ella en primera persona, ella en su espacio, con sus plantas, con sus horas
de dedicación.
Escribe, a modo de inventario, de donde viene cada planta, cada flor, cada gajo, como si fuera
un árbol genealógico botánico, bien vívido, bien afectuoso.


“De la Cumbre, la hiedra verde y la blanca y verde, el ciboulette, el jazmín amarillo y la oreja de elefante. De Ro, mi vecina, la achira de flor blanca. De Yani la glicina, la achira de hojas verdes y brillantes y varias suculentas. El romero y el ceibo, de mi cuñada, Nati. La enredadera de flor roja, de la cancha del cumple de Simón. El juan sin ropa, de la Ceci. De Iris, mi vecina, el árbol del balcón con flores amarillas, la morada y verde, crasas, y la citronella. El helecho y las
achiras de Mariel. Los lirios de Salta, de lo de mamá, de la vereda de Rolo y de la Ceci. (…) El clarín de guerra de mamá y papá. El pinito limón de un chico que me lo vendió en la calle. De Ro la santa rita, los jazmines de leche, el limonero, las lavandas, los rosales, los álamos y fresnos (…) De Xime la menta, la mostacilla y la uña de gato. El rosario, de Nati y Amancay. La yuca y la salvia del Ale (…) El aloe vera del jardín de la tía Susana. De la Mati, muchas suculentas y la que está en la entrada de casa”


Cada línea es una imagen – disparador constante de recuerdos y personas.
Cada una es una construcción posible. Un rincón del jardín, un cantero debajo del árbol, una
maceta de barro, un cisne.
Es un oasis, es una isla.
A quien cuidar, a quien regar.

Sofía Culzoni
Noviembre, 2021

Catálogo de venta:

https://drive.google.com/file/d/17ivqGvqCxk_0LV1ZEg1bMm2bpkoLoMii/view?usp=sharing