El olvido del registro de la realidad. Entrevista en la Revista Arte Al Límite, Número 83 – Abril de 2017
EL OLVIDO DEL REGISTRO DE LA REALIDAD
Por Natalia Vidal Toutin. Periodista (Chile)
El reflejo, espejo natural que se gesta donde el verde protagoniza una historia que envuelve las raíces, lo perene y la naturaleza, adquiere el poder de lo perpetuo en las memorias de Julia Romano. De ella nace una paleta que pasea por los colores de bosques, campos, ríos, montañas y todos aquellos rincones inexplorados por la mano de la civilización. De ello se componen las piezas que exhiben un perspectivismo osado y seductor, que compromete al ojo del espectador hasta envolverlo en un encuentro a solas con la naturaleza. Son paisajes vírgenes, salidos del cruce entre la perfección y las formas de ilustrarla. Sobre un blanco imponente que declara un vacío entre lo posible, su entorno y la libertad del que se dispone a habitarlos, los paisajes que dan vida a la obra de Julia, se retroalimentan de la interpretación del espectador que se presta a ponerles frente. Describen una delicada fantasía autobiográfica.
Es una revelación que en su manufactura, exhibe la idea de un nuevo espacio que nace y se alberga en la imaginación de la artista. Sólo desde ahí, las reside a tientas en su mente: “nadie los habita porque pienso que la figura humana, es una referencia que hace perder la incertidumbre en mis paisajes”, cuenta la artista. Son fotografías, grandes obras del naturalismo, imágenes y extractos. Juntas, se vuelven una nueva realidad, que lejos de revelar su condición de collage, se complementan e integran al punto de crear una escena distinta y con vida propia. Julia las habita mientras las trabaja, piensa en la naturaleza y se la imagina en colores. “Es el brillo, una imagen que vibra sobre un vacío blanco. Verdes preponderantes, cientos de ellos; flores, tierra, el agua y sus reflejos, los colores se transforman de acuerdo a la luz del ambiente, a las estaciones, las temperaturas…”, fluye en un relato que la embarga y sumerge. Cada parte que compone una obra se deshace de sí misma, para reinventarse en una diferente. Así, las fotografías seleccionadas y el cruce con pinturas e imágenes, están puestas ahí para desdecirse de su génesis y volver a la interpretación luciendo una nueva escena y un nuevo rol en ella. En ello radica el misticismo y el sesgo de nostalgia que une las memorias de una infancia y vida cargada de paisajes naturales, con la intención de volverlas un espacio donde la mente pueda descansar cobijada en lo más bello de la naturaleza. Así, la artista dice, “la fotografía en mi obra se ha olvidado de ser registro de la realidad”, pues ninguno de los paisajes que se posan en sus obras existen materialmente, sino que son una versión de la realidad. De una página en blanco surge la misión de la creación. De pronto árboles, ríos, tierra, islas van apareciendo sobre la mezcla. Toma forma una escena que tiene de metáfora, poesía y, sobre todo, belleza. Superpuestas unas con otras, la pintura y la fotografía se trabajan digitalmente. La artista combina su material de evocación hasta llegar a un lugar donde nunca haya estado y siempre haya deseado estar. Aquel lugar que siempre tendrá un espacio en el registro de sus memorias reunidas.
¿Cómo crees que ha sido la evolución del paisaje en la historia del hombre y cómo se ve reflejado en el arte? Lo que resulta más curioso e interesante es que, según teorías contemporáneas, el paisaje nace en el seno del arte. Quizás no seríamos capaces de descubrir el paisaje si los artistas no se hubieran encargado de crear un lenguaje que pudiera plasmar y documentar esas sensaciones que experimenta la mirada cuando observa su entorno. El paisaje deja de ser un territorio hostil y ajeno cuando los artistas comienzan a hacerlo protagonista en sus telas. Nuestra observación está condicionada por las múltiples formas en que se ha representado el paisaje a lo largo de la historia y entonces ya no observamos un entorno estático, único, verdadero, sino que estamos frente a una construcción plástica. La fotografía en mi obra se ha olvidado de ser registro de la realidad y quiere ser una oportunidad de construir el propio escenario. Exactamente como lo hicieron los precursores europeos con las primeras pinturas de paisajes en el 1600.
¿Qué hay de tu imaginario en tus obras, cómo las vinculas con el imaginario colectivo? Mi trabajo con el paisaje es una excusa para pensar y revisar la forma en que vemos y nos relacionamos con el mundo hoy. Adhiero a los supuestos que plantean que el paisaje es una construcción cultural, por lo que cada uno arma su propia idea de lo que es el territorio. No es lo que está ´afuera´, sino la forma en la que acomodamos los elementos en el espacio en relación a nuestros deseos, memorias y expectativas. Mi obra no es un collage con retazos de diferentes lugares, sino la forma en que represento mi propio contexto, un cruce de múltiples elementos que conforman mi identidad.
¿Cómo las circunstancias o el contexto establecen la narrativa en tus obras? Los paisajes en mis obras son reflejo de dónde vivo y de mi rutina. Me apropio del entorno de una forma romántica e idílica, por eso mis paisajes toman la forma de oasis, mundos a la deriva, aislados de todo lo que pueda llegar a negar su armonía y belleza. En abstracto, creo que es la manera en que me relaciono con mi contexto. Habitualmente, el lugar en el que vivimos suele ser el blanco de muchas críticas o de nuestra mayor indiferencia hacia aquello que tiene para mostrarnos. Mi obra intenta poner en diálogo lugares lejanos y cercanos, y plantear cuánto tienen en común a pesar de las distancias y las historias disimiles.
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