collage fotográfico

La serie Estudios sobre el Paisaje está compuesta por fotografías y collages digitales trabajados en distintas capas. Tomé prestados algunos paisajes pertenecientes a obras pictóricas clásicas como fondo y los intervine con detalles vegetales, frutales y florales, propios de otros paisajes.

Esta serie en general constituye un estudio del paisaje en sí mismo, es la unión de varias representaciones: la campiña inglesa de Thomas Gainsborough, la española de Carlos De Haes y las ruinas italianas y sus alrededores de la obra de Claudio de Lorena. Mi obra se desarrolla interviniendo las pinturas de estos autores, con fotografías de plantas, árboles, cielos y aguas oriundas de paisajes latinoamericanos (Argentina, Méjico y Brasil).

Mi intención, generando esta trompe d´oeil y esta convergencia, es acentuar la idea de que el paisaje, en realidad, se construye a medida que lo observamos. No existe previamente sino en la imagen que se proyecta ante nosotros cada vez que volteamos a mirarlo. Nuestra mirada cargada de sensaciones, sentimientos e historia, es la que lo genera. Así, el afuera se transforma y evoluciona a medida que nos movemos, crecemos, vivimos.

Antes del 1600 la cultura occidental no conocía el paisaje, no podía nombrarlo, no podía concebirlo desinteresadamente. Por eso, quizás el paisaje sobrevive sólo porque el arte lo ha representado. Alain Roger en su libro Breve tratado del paisaje cita a Oscar Wilde cuando decía que los Impresionistas fueron los primeros en representar en sus telas la niebla londinense, y fue en ese momento cuando los ingleses empezaron a notarla en el aire a pesar de que siempre había estado allí. Seguramente somos capaces de percibir la belleza de los campos sembrados –y dejar de pensar en el beneficio económico que puedan significar-, porque los Románticos los representaron en sus pinturas con admirable destreza y sin una razón aparente.

El paisaje visto de esta forma es una representación. Se crearon mecanismos para poder plasmarlo en la tela y estos recursos perduraron en el tiempo, se naturalizaron y ahora SON paisaje. Me pregunto qué veríamos si los mecanismos de representación hubieran sido otros!  De hecho costó décadas acostumbrarnos a observar el paisaje impresionista, porque planteaba un corrimiento en la representación clásica.

El encuentro entre representaciones que se produce en mis obras, el de la pintura y el de la fotografía, quiere poner en cuestión estos parámetros tan establecidos y determinantes a la hora de observar un paisaje (en la bidimensión). Acercarse y encontrar que lo que la mirada estaba segura de ver es otra cosa…no obstante el engaño existe en que unos recursos son reemplazados por otros similares pero contemporáneos. Unas aguas pintadas son reemplazadas por otras fotografiadas pero que tienen también brillos y nos mantienen en el mismo lugar bucólico que pensábamos se trataba en un principio.

El paisaje no es sino un territorio visto con ojos románticos. Un paisaje construido a la medida de mi mirada contemporánea de la realidad. Una mirada llena de promesas.

Costura invisible

por Verónica Molas

De tan claro, el verde se aclara aún más. La luz lo enciende y lo acerca al borde del escenario, como en un teatro imaginario. Es terciopelo, superficie deseable, cercana, un pequeño llano bañado por un antiguo sol o un reflejo nuevo. Casi imposible, y a la vez conocido. Definitivamente irreal.

La imagen es una puesta deliberada, sucede bajo un regazo de poderosos cielos, apuntalada en los árboles, acodada en las aguas circundantes: se la llamó paisaje. En su actual obra, Julia Romano recobra el artificio de este género de la pintura bajo sus propios métodos. Como cuando torna más vigoroso al agrisado río de antaño, y lo revive en otro río, de turquesa muy profundo ¿De dónde provienen sus reflejos cada vez más espejados? ¿Cómo fueron capturados?

La curva del río, el recodo del camino, el excelso verdor que rodea. Una composición cuidada, enmarcada. Tiene siglos esta mirada. Una vista aprendida, asimilada ¿Cómo saber qué lugar es, si es uno y es otro al mismo tiempo?

La costura invisible de las imágenes de la artista desalienta cualquier especulación, aunque levanta una sospecha. La mirada lee estas obras como sabe hacerlo: con el modelo ya incorporado de la pintura clásica. Sin embargo, un misterioso mecanismo atrae hacia estas obras de Julia Romano. Es justamente esa operación imperceptible que potencia la imagen a la vez que las vuelve tan memorables. ¿Nos recuerda a algo ya conocido, pero de quién, de dónde?

Juegos de espejos, de parecidos.

Lo que hay detrás de cada imagen apropiada o construida, y de nuevo vuelta a componer produce calma y sosiego, y al mismo tiempo un vivo resplandor. Lo que viene de atrás no sólo ilumina, vuelve más inconfundibles los inconfundibles cielos neblinosos.

Una cuidadosa operación de disección (ella lo llamará collage) ha tenido lugar previamente en esta escena creada por la artista, después de varias capas, del paso del cedazo. Su tamiz es muy preciso y eficaz. Y el encantamiento, inevitable.

Evidenciar la trama secreta de cada imagen implicaría revelar el ilusionismo que deviene recorte, incluso una contaminación, casi una fusión: la incisión silenciosa, en el corazón de una pintura europea, de una toma fotográfica de algún otro lugar. La extrañeza se apodera de la imagen,  desorienta.

Su fotografía, tanto como los óleos del 1700 y 1800 a los que recurre para su fin, sea la campiña inglesa de Thomas Gainsborough, o la española, en las pinturas del belga Carlos de Haes, o las de Italia de Claudio de Lorena, tienen el tiempo de nuestra visión. Aquellas pinturas vendrán a funcionar con los años como naturalizada mirilla para hacernos ver cualquier otro entorno (un boscoso rincón latinoamericano), como paisaje. Todas ellas vienen de una mirada construida (“vemos lo que conocemos” nos recordará John Berger). El paisaje, constructo, adquisición cultural (Alain Roger), ha surgido como término en el ámbito del arte (existe por él), advierte Javier Maderuelo.

De esta manera, en “Estudios sobre el Paisaje”, título de esta serie de fotografías y collage digitales, la artista continúa su investigación de los últimos años, intensificando esa convivencia entre la fotografía, la pintura y lo arbóreo con diferentes resultados.

Julia Romano comenzó deconstruyendo el paisaje, tomando sus partes, señalando una desnaturalización mientras las apariencias parecían hablarnos de otras cosas, como la belleza de este mundo. En paralelo, armó (en sus instalaciones) un paisaje propio en contundentes formaciones florales de colores saturados. Toda su obra venía a esbozar un mismo plan, que refina cada vez más en un sentido, aunque no único, predominante. El mundo se constituye en la mirada, y es el mismo bajo los párpados del paisaje.